El faro del fin del mundo by Julio Verne

El faro del fin del mundo by Julio Verne

autor:Julio Verne
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Aventuras, Clásico
publicado: 1905-07-29T05:00:00+00:00


Vázquez oía esta conversación, inmóvil, conteniendo la respiración. Carcante y Vargas iban de un lado a otro con el farol en la mano, retirando los objetos y escogiendo algunos, que los colocaban aparte. A veces se aproximaban tanto al rincón donde estaba acurrucado Vázquez, que éste no hubiera tenido más que extender el brazo para aplicarles el cañón del revólver en el pecho.

Esta ocupación duró una media hora, y Carcante llamó al hombre de la chalupa. Este acudió al momento, ayudando al transporte de los bultos.

Carcante echó un último vistazo al interior de la caverna.

—¡Lástima que tengamos que dejar todo esto! —dijo Vargas.

—No hay más remedio —repuso Carcante. ¡Ah, si la goleta fuera de trescientas toneladas!… Pero, en fin, nos llevaremos todo lo mejor, y espero que hemos de hacer todavía muy buenos negocios.

La chalupa se separó de la orilla y bien pronto el viento de popa la empujó hacia la bahía.

Vázquez salió de la caverna, dirigiéndose a su refugio.

Dentro de cuarenta y ocho horas no tendría nada que comer y era inútil contar con las provisiones del faro, pues no había duda que se las llevarían aquellos bandidos. ¿Cómo se las iba a arreglar para subsistir hasta la llegada del «aviso», que, aun suponiendo no sufriera retraso, no arribaría liaste dos semanas después?

La situación era, pues, de las mas graves. La energía de Vázquez no conseguiría mejorarla, a menos que no se mantuviera de tubérculos desenterrados en el bosque de hayas, o de la pesca en la bahía. Mas para esto era preciso que la Maule hubiese dejado definitivamente la Isla de los Estados. SÍ alguna circunstancia la obligase a permanecer aún algunos días fondeada. Vázquez moriría inevitablemente de hambre en su gruta del cabo San Juan.

A medida que avanzaba el día, el cielo se tornaba amenazador. Masas de espesas nubes lívidas se acumulaban en el este. La fuerza del viento iba aumentando progresivamente. El rizado de la superficie del mar se cambió bien pronto en extensas olas, las crestas de las cuales se coronaban de espuma, y no tardarían en precipitarse con entrépito contra las rocas del cabo.

Si el tiempo continuaba así, la goleta no podría seguramente hacerse a la mar con la marca del siguiente día.

Al llegar la noche no se produjo ningún cambio favorable en el estado atmosférico. Al contrario, la situación empeoró. No se trataba de una borrasca cuya duración se hubiera podido limitar a unas cuantas horas.

El huracán estaba próximo. Lo anunciaba el color del cielo y del mar, las nubes que se amontonaban, el tumulto de las olas contrarias y el mugido del viento. Un marino como Vázquez no se podía equivocar. Seguramente la columna barométrica señalaba tempestad.

A pesar de la violencia del viento, Vázquez había salido de la gruta, recorriendo la playa y mirando atentamente al horizonte, que iba obscureciéndose gradualmente. Los últimos rayos del sol no se habían extinguido aún, cuando Vázquez advirtió una masa negra que se movía a lo lejos.

—¡Un barco! —exclamó—. ¡Un barco que parece dirigirse a la



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